Los fantasmas, al menos los míos, son cuerpos sin alma, entes dolorosamente tangibles que se aferran a nosotros en busca de una existencia que les ha sido vedada, de una identidad que, en realidad, nunca estuvo en nuestra mano conceder.
Un retrato dejó en el momento de su nacimiento de ser la viva imagen del sujeto para convertirse en su imagen muerta, embalsamada, como una cápsula del tiempo destinada a despertar, en el futuro, el dolor por lo perdido.
"De pronto mi vida se ha detenido, recorrida por el mismo hálito maléfico que invade el palacio de la bella durmiente. Me he quedado permanentemente encerrado en una habitación de hospital, las fotos de dos niños que sonríen recortados contra el follaje son las únicas ventanas abiertas a la vida; el resto del universo se disgrega, atrapado entre esas paredes, deshaciéndose con el ritmo preciso y terrible de un metrónomo."